CUENTOS DE INVIERNO: "LA MUJER"

Publicado en por Caminante del Cielo Solar Rojo

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¡Qué increíble esa vorágine de los más variados pensamientos que invade nuestra mente en ese instante en que nos encontramos caminando a solas, hablando con nosotros mismos!

 

Son fantásticas las cosas que la mente humana puede crear en tan poco tiempo a partir del hito magnífico y supremo, que es el encuentro con nosotros mismos.

 

A más de uno nos habrá pasado que después de caminar por un rato, sin pensarlo, nos encontramos  hablando solos, reflexionando sobre cosas que no habríamos imaginado o recordando cosas que se creían olvidadas.

 

Ese breve espacio de tiempo constituye el encuentro cósmico más trascendente en la vida de todo hombre. Suenan las campanas, el tiempo se detiene, y ¡zas!.. nuestra mente se dispara  a otra dimensión. 

 

La obra invita a acompañar al protagonista en su trayecto durante ese encuentro consigo mismo, a recordar con él, a entender lo que está pasando mediante esa cantidad de cosas que su mente procesa velozmente, nos invita también a emocionarnos con él.

 

Esto ocurre en un espacio sin tiempo y sin lugar, dónde no ocurre nada y a la vez ocurre todo, dónde el presente es sólo una excusa para revivir una y otra vez viejas historias que han quedado marcadas a fuego en la piel de nuestro protagonista, un hombre sin edad, sin nombre, pero con un bagaje inmenso de ricas vivencias, "un tipo común" pero que claramente es de otra época, de otras costumbres, de otros valores....en fin.

 

 

   Medianoche, afuera hace frío y en la calle no se ve ni un alma, está todo oscuro y sólo la tenue luz de una lámpara se filtra por la ventana de una casona antiquísima.

Y allí está ella, como todas las noches, con su taza de café estampada y esas pantuflas con cara de perro de esas que te dan risa, deambulando de un lado a otro de la casa.

 

Siempre paso por aquí más o menos a esta hora, que es cuando el gringo Pérez viene a mi relevo en la fábrica. El gringo Pérez, que personaje, si lo vieran, es más oscuro que el gato negro de mi vecina, una chiflada de aquellas. Pero ¡qué tipazo el gringo! Una vez, me encontraba yo en una de esas malas rachas que a menudo nos suelen tocar a los que somos ricos porque no tenemos plata. No obstante, de tanto en tanto, juntábamos una moneda con los muchachos para “picar” algo entre amigos. Casualmente en una de esas charlas, copas de por medio, que surgen en ese tipo de “comilonas” a la canasta que en esa oportunidad hicimos en casa, se me escapó el comentario de que hacía ya unos cuatro años que no veía a mi familia que vive en Tucumán, por lo monetario ¿viste?,y sí como se me escapó el comentario, también se me piantó un lagrimón. ¿Sabes qué hizo el tipo? Salió “rajando” y solo dijo ya vuelvo. Nos quedamos atónitos con los muchachos mirándolo sin entender nada. ¡Iba duro el gringo! Y... se le había ido un poco la mano con las copas - de vez en cuando le gustaba empinar el codo – y dijimos “chau, lo perdimos, este se va a torrar”, a dormir bah. Al rato, como a la hora más o menos, cayó de nuevo a casa. Ya venía en el auto, un Dodge 1500 modelo 80, una reliquia, algo achacado ya, pero era un caño. La cosa es que no venía solo, venía con su señora y su hija que tendría no recuerdo bien pero más o menos unos 10 u 11 años. ¡Fresquito como una lechuga cayó el tuyo! Claro, ya se había bajado un termo y medio de café bien cargado más alguna que otra aspirina que le había enchufado su “jermu” para que se despabile. Se bajó del coche el gringo y gritó:

 

-¡Vamos!

- ¿Vamos, a dónde? le dije

- Vamos a Tucumán

- ¡Gringo dejáte de joder! ¡Andá a dormir que te hizo mal el “totín”!

- ¡Vamos! Agarrá a tu señora, a los chicos y nos vamos a tomar unos mates  con tu vieja. Lleváte un abrigo y no más que eso porque vamos y volvemos.

- Pero gringo… ¿qué decís? ¡No tengo un mango partido al medio!

- ¡Shhh “caiesé”! - me dijo ya medio malentonado – No necesitás nada, nosotros llevamos todo.

 

Desvié la vista hacia su señora para intentar entender qué era lo que estaba pasando porque todavía no podía salir de mi asombro. Ella asintió con la cabeza y me dijo: “ya tenemos todo”. ¡Mi Dios! El corazón me latía a mil. Ahí nomas le pegué el grito a la negra, a los chicos y de “rompe y raja” ya estábamos con un pie adentro del auto. Como habrá sido la emoción que tenía, que ni siquiera recuerdo quién fue el que se quedó a cargo de la casa y se encargó de “despachar” a los muchachos que todavía seguían de “jarana”.Fue un viaje relámpago. Fuimos y volvimos al día siguiente. Este gringo… ¡qué tipazo! ¡La alegría que me dio! Son esas cosas que no se olvidan más,  y quedás agradecido para toda la vida ¿viste? El gringo, ese sí que es un amigo, qué digo amigo, amigazo. Ah… ¡qué recuerdos!

 

Está haciendo frío. Menos mal que esta campera es bien acolchonadita y abriga bien ¡que si no! Y estos guantes que me tejió la negra me vienen al pelo porque al menor signo de frío los dedos se me ponen tiesos. ¡Cómo me conoce la negra! Y… no es para menos, ya van a ser treinta años que me acompaña, ¡cuántas historias! Cada vez que lo cuento, las personas generalmente caen en la frase recurrente de decir “¡Toda una vida!” Y sí, si te ponés a pensar, es así. Ya los chicos están grandes, ya encaminados cada uno en lo suyo. El más chico me salió doctor, fijáte vos ¡¿quién lo diría?! ¡Doctor!  Pensar que nunca le gusto mucho que digamos el temita del estudio pero ahí lo tenés, se nota que esto le gusta y tiene vocación. Y la más grande siguió esa carrera donde se estudian los huesos y las cosas antiguas que se encuentran por ahí ¿viste? No sé bien como es que se llama pero se ve que es  difícil, tal vez más difícil de como suena el nombre de la carrera. Hace poco la llamaron para que analice algo que encontraron en una excavación, parece que se trata de algo grande. La veo muy entusiasmada también. Y bueno... eso es lo importante, verlos felices y saber que todo el esfuerzo no ha sido en vano.

 

¡Chui, sí que está frío hoy!

Me pregunto qué hará todas las noches la muchacha de la ventana. ¿Será que sufre de insomnio? ¿Dormirá de día? ¿Estudiará? Cuando los chicos míos estaban estudiando, ¡las noches que se habrán pasado en vela con la nariz metida en los libros! Seguramente eso ha de ser.

Desde aquí no se puede ver bien, no alcanzo a ver ningún libro. Sólo ella, su taza con algo calentito seguro por el vaporcito que, ese sí que lo logro divisar y sus pantuflas chistosas. Chistosas digo, porque cuando las miro me recuerdan a esos “cuzquitos” que uno suele encontrarse por la calle y que te salen a “garronear las patas”, ¡pero mirálos vos, hechos los grandes!

 

Cuando se asoma al balcón, se queda un rato largo con la mirada perdida en la nada, mirando “nosequé”, ¿será a la luna? ¿será a las estrellas? Es extraño, por momentos da la impresión de estar como buscando algo en el firmamento. ¡Pero qué estoy diciendo! ¿Qué se le pudo haber perdido allá arriba? ¡Vamos, como si eso fuera posible!

Todos los días, o mejor dicho todas las noches, es lo mismo. Allí está, vestida igual, con la misma taza, inerte, como perdida en su mundo, ¡qué gran misterio esta muchacha! ¿Será que está loca? Yo tenía un primo que cada tanto tenía unos arranques que ¡mama mía! Terminó en el Santa María el pobre. Pero ahora que lo pienso, nunca nada como esto.

 

¿Cómo se llamará? Tiene cara de llamarse Clara, aunque también podría ser Amanda, o Matilde, aunque ¡no, Matilde no! Ese nombre es de otra época y ya casi no se usa hoy en día. La única Matilde que conozco es la secretaria o algo de eso ahí en el centro de jubilados al que va mi suegra.

¿Cuántos años tendrá? Yo no le doy más de treinta años, pero quien sabe, a veces las apariencias engañan.

¿Trabajará? No la he visto trabajar en ninguno de los lugares de por aquí. A decir verdad, nunca la he visto en otro lado que no sea esa ventana.

A veces me da por preguntarle algo, o saludarla, aunque sea un hola o un chau, nada de otro mundo. Pero cuando la veo allí parada y por fin me decido a cruzar a su vereda levanto la vista y ya no está.

Una sola vez estuve así de cerca de poder entablar un contacto visual con la susodicha. A veces, cuando me acuerdo de eso, se me pone la piel de gallina. Fue un instante, un minuto, o varios, la verdad no sé bien porque perdí la noción del tiempo al verla. Lo mío fue una mirada furtiva pero la suya ¡para qué te cuento! es como si con esa mirada, profunda, penetrante, me hubiese hecho algún gualicho o algo por el estilo porque me quedé paralizado. ¡Cosa e’Mandinga! diría el viejo Rosendo. ¡Pero que estoy diciendo! me parece que otra vez me está afectando el frío, ¡es una locura! Seguramente han de haber sido mis propios nervios de no saber qué hacer ni qué decir, sumado al hecho de que sí, no se puede negar, su mirada fue muy intimidante.

A pesar de observarla cada noche en su rutina y de que es como si en parte ya la conociera, no quería ser imprudente ni parecer confianzudo, porque ella a mi no me conoce. ¿O será que sí? ¿Será que ha reparado en que paso todas las santísimas noches por este vecindario? ¿Se habrá dado cuenta que la he observado incontables veces en su quietud? ¿Pareceré muy curioso? ¡Qué vergüenza, espero que no! Mañana, cuando pase nuevamente por aquí, trataré de no mirar, no vaya a ser cosa de que piense que soy un pervertido o un psicópata que la espía, cosas que cada vez son más comunes hoy en día. Pero definitivamente no es mi caso, ¡no señor! Pero qué intriga, la verdad de las cosas.

 

Ha de vivir sola porque nunca he visto a nadie más en la casa, ni entrar, ni salir, ni compartir ventana.

¿Tendrá familia? ¿Serán de aquí? Tal vez estén lejos y es posible que los extrañe y de allí su comportamiento.

¿Tendrá marido? No. Marido no creo, pero… ¿un novio tal vez? ¿algún pretendiente? Aunque para ser sincero, ha de ser muy valiente el joven que se atreva a cortejarla, no porque no sea bonita ni nada de todo eso en que se fijan los jóvenes de ahora, sino porque esa muchacha ¡sí que da escalofríos!

¿Por qué estará tan sola? ¿Por qué nadie la acompaña en su desvelo? No sé, pero yo si la veo a la negra que anda afuera, media pensativa y se me pone como melancólica, ahí nomas caso la pava y el mate y me le voy y me le siento a la par. Le pregunto si le pasa algo, si se siente bien, si algo la tiene mal. Si fui yo, los chicos, el perro, el gato o la chiflada de la vecina que cada dos por tres alguna se manda, que si no es por una cosa es por la otra, pero cada que puede no pierde oportunidad de fastidiar, porque es así, es de esas que no vive ni deja vivir, pero que se le va a hacer, cada loco con su tema; o tal vez son los precios porque viste que cada día hay una nueva y a algo le suben el precio y muchas veces y… no alcanza, los chicos nos dan una mano pero también tienen sus propios problemas y la verdad de las cosas nosotros queremos que se ocupen primero de ellos y ya veremos después nosotros como nos arreglamos, así que la negra hace malabares con mi sueldo y lo estira como puede. Bueno, no sé, pero al menos le pregunto o la acompaño, a veces no hace falta decir nada, simplemente sentir una mano que te palmea el hombro y te dice que todo va a estar bien o un simple abrazo, dicen y contienen mucho más que todas las palabras del diccionario juntas. O si no, entre mate y mate, nos ponemos a recordar cuando el chango de mocoso se mandaba sus buenas macanas y lo poníamos en penitencia, pero qué, si mandarlo a la cama más que castigo parecía un premio porque dormía que daba miedo, ¡estaba en su salsa! O cuando la chica mía cuando apenas era una beba y no se quería dormir de noche porque la mocita dormía de día y yo me quedaba meciéndola en su cochecito o hablándole o tarareándole alguna canción que se me ocurriera en el momento, casi siempre era alguna del dekano, para mantenerla despierta y a la noche, en vez de tener los ojos como dos huevos duros, pudiera dormir y nosotros también, para qué vamos a decir que no. Siempre nos acordamos de eso y de cómo la hermana de la negra, que viene a ser mi cuñada, me sabía decir horrorizada  “¡Hereje!” pero, exagerada la tuya, ¡ni que la estuviera matando! Cada vez que nos acordamos de eso nos causa mucha gracia. ¡Ah, cuantos recuerdos! ¡Cómo se pasa el tiempo! ¡Cómo han crecido los chicos! Bah los chicos, los chicos, como si todavía tuvieran diez años. Bueno, para la negra todavía es así y no se lo vayas a discutir.

Oh, y aquella vez, cuando hace muchos años por fin pudimos juntar una platita y nos fuimos a pasar unos días a Tucumán y estando allá, diciembre del 89’ nos agarró la brutal crisis hiperinflacionaria, los precios de las cosas subían cada hora, a la mañana salías a comprar el pan y no se cuanta “guita” de ahora vendía a ser pero ponéle que si estaba a cuatro pesos en la mañana, en la tarde estaba a ocho y al otro día dieciséis, ¡una locura! Todo subía, la plata nos alcanzaba cada vez menos. ¡Qué desesperación! ¡Qué impotencia! La poca plata, que en realidad era una buena moneda pero a la par de esos precios era lo mismo que nada, apenas si alcanzaba para un solo pasaje, uno solo… ¡y éramos cuatro! La negra no quería, ¡o nos vamos todos o no se va ninguno! decía, pero no quedó más remedio y me tuve que volver yo sólo porque ya se me acababan los días de permiso que me habían dado en la fábrica y tenía que ponerme a trabajar para poder mandarle lo más pronto posible la plata a la negra y a los chicos para que se puedan volver. ¿Sabes lo que fue tener que separarme de ellos? ¿Sabes lo que fue tener que volverme dejándolos allá? ¡Mirá en lo que terminaron las vacaciones, y con lo que costó juntar peso por peso! ¡Pero qué querés mirá con estos sinvergüenzas! Un mes, un mes tardé hasta juntar la plata suficiente porque todo seguía subiendo. Un mes que se me hizo eterno. ¿Sabes lo que fue? ¡Sabes lo que es estar tan lejos de tu familia por tanto tiempo! Yo sé lo que es vivir lejos de mi madre, de mis hermanos, del resto de la familia, pero te aseguro que nada se compara al hecho de tener que separarte de tu esposa y de tus hijos. La negra y los chicos se pudieron volver en enero del 90’, en tren, porque no me alcanzó para los pasajes en micro.

 

¿Será que esta muchacha no tendrá cosas para recordar como nosotros? ¿O será todo lo contrario? Quién sabe.

Ya estoy lejos de su casa, apenas si logro divisar la luz que emana de su ventana, ¡apenas si veo la ventana!

Doblo la esquina y me tomo el 21 que me deja justo en la esquina de casa. ¡Ah! ¡No veo la hora de llegar! La negra pobre, ya me la imagino, si es como si la estuviera viendo, debe estar acostada con un ojo abierto y otro cerrado porque no se duerme hasta no llego, se preocupa ¿viste? Y como casi un ritual, seguramente debe estar la salamandra encendida y ya ha de haber dejado el mate preparado así ni bien siente el rechinar del portón de adelante (que siempre digo que lo tengo que arreglar y  nunca encuentro el tiempo para hacerlo) pega el salto y ya se levanta de un “sopetón” y me acompaña con unos verdes antes de irnos a dormir.

 

Ahí viene ya, veo la luz y el cartel verde a lo lejos, el 21. El 21… el 21… ¡lindo número para la quiniela! Nunca me había percatado ni mucho menos se me ocurrió jugarle. ¿Qué era?... ¿Qué era el 21?... ¡Pucha que memoria de miércoles! Seguro seguro la negra sabe, porque sabe de todo la negra, ya le voy a preguntar. Pero ¡qué iluso! ¡Mirá que jugarle a la quiniela! Si apenas tengo unas monedas para el bondi y en el bolsillo de la campera un billete de cien pesos que pedí como adelanto en la fábrica para “tirar” esta semana. ¿Y si juego y no gano nada? O lo que es peor ¿si pierdo lo poco que tengo? No, a mi mejor dejáme así. No le puedo hacer eso a la negra. Bueno basta de ideas tontas, ya estoy, un “tirón” más y ya estoy en casa y mañana…. mañana será otro día.

 

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Un, dos, tres, cuatro. Un, dos, tres, cuatro.  Con paso estrictamente contado como lo hacen los que tienen trastornos obsesivos, camina repitiendo una y otra vez ¡hoy sí! ¡hoy sí! ¡Ya lo tengo decidido, hoy la voy a saludar, respetuosamente, como corresponde, pero de una vez por todas voy a terminar con el mito de la muchacha de la ventana! ¡Ni bien doble esa esquina me cruzo a su vereda, cosa que ya no pueda echarme  atrás!

 

Y esa noche, efectivamente así lo hizo, dobló la esquina pero grande fue su sorpresa…

- ¡Pero… qué… qué pasó? ¡No puede ser! ¿Cómo esto pudo ocurrir?

La ventana estaba completamente cerrada, incluso hasta sellada parecía estar. ¡Imposible! Por primera vez en mucho tiempo la ventana estaba cerrada, ¡ce-rra-da! No había luz, no había muchacha. ¡Justo hoy que venía decidido a saludarla! ¡Esto no puede estar pasando! –se repetía.

 

Sin poder salir de su asombro, seguía hablando solo y planteándose los mismos interrogantes.

Algo no andaba bien. Por primera vez en mucho tiempo también, ve a alguien además de él y la muchacha, andar por esa cuadra a esa hora. Era la vecina de enfrente que justo esa noche salió para sacar al perro para que haga sus necesidades. Atónito corrió hacia ella:

 

-¡Señora! ¡Señora! ¡Qué ha pasado?

- ¿Qué pasó con qué? –respondió extrañada, aunque no tan extrañada como lo estaba él.

- No es con qué, sino con quién – exclamó.

- Aha. ¿Con quién entonces? Preguntó una vez más la señora, esta vez mirándolo ya con desconfianza y casi cerrándole la puerta.

- ¡Con la muchacha! ¡La muchacha!

- ¿Qué muchacha? ¡Por Dios hable claro! -le dijo la señora ya intrigada y un tanto asustada.

- La muchacha de la casa de enfrente, la de largos y oscuros cabellos, la que suele verse por las noches caminando por la casa o asomada en el balcón. ¿Qué ha pasado con ella? ¿No me diga que…? ¡No, no! ¡La boca se me haga a un lado! O será que ¿acaso se ha mudado? Pero… ¿cómo? ¿A dónde? ¿Se fue? ¿Cuándo?

 

Desconcertada y sorprendida y con un cierto esbozo de sonrisa la mujer le responde:

- Señor, oiga ¿de qué me habla? Esa casa ha estado abandonada por años, muchísimos años lleva sin nadie que la habite. Ha permanecido cerrada desde que ocurrió aquello…

- ¿Aquello? – pregunta él consternado.

- Si, desde que…

 

Irrumpe repentinamente en ese momento un sonido que casi termina por “matarlo” del susto. Era su teléfono celular, el que le regaló su hijo y apenas si entendía para llamar y recibir llamadas, su mujer lo estaba llamando insistentemente…

- Negra, ¿pasó algo? – preguntó extrañado, ella casi nunca lo llamaba, menos a esa hora.

- Sí, pasó! – dijo ella.

- ¡Negra no me asustes! – volvió a exclamar.

- ¿Viste los cien pesos que me dejaste esta mañana para los gastos de la comida?

- ¡Ay negra, no me digas nada! Ya sé ¡te afanaron! ¿Vos estás bien? ¿Te hicieron algo?

- No, no,  negro, no me robaron y sí yo ¡estoy bien y muy feliz!

 

Ese fue el momento en el que él ya no entendía más nada. ¿Cómo podía estar tan contenta? ¿De qué? ¿Por cien pesos? No, ¡en qué cabeza cabe! Encima esto de la muchacha…

 

Continúa ella diciendo…

- Es que, viste negro, como con el bolsón que le dan a la mami en los jubilados, y entre las verduritas que saco a diario de la quinta y algún que otro “recorte” en pavadas que resultan innecesarias más o menos nos acomodamos, es que decidí jugar a la quiniela.

- Negra ¿vos? ¿Desde cuándo te prendés para esas cosas? No me charles negra, ¿a la quiniela? ¿Y a qué le jugaste? ¿Y por qué? ¿Desde cuándo tenés pálpitos para el juego?

- Es que anoche repetiste tanto pero tanto ese número que me quedó, me quedó dando vueltas todo el día en la cabeza. Encima hoy lo vi por todos lados y cuando estaba ahí, ya casi por jugarlo dudé, pero justo en ese momento se apareció una joven y me dijo: “¡hágalo, no tema, sólo hágalo!” Así que le jugué nomas. Le jugué al 21.

- ¡¿El 21?! ¡¿El 21?!... ¡¿Negra le jugaste al 21?! ¿Y ganamos? ¡Qué grande negra no lo puedo creer!

  ... negra

- ¿Si?

- Decime una cosa… ¿vos tenés alguna idea de qué el 21 en la quiniela?

- Si, claro... ¡La Mujer!

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